En Asturias nos asomamos al abismo. Algunos lo anunciamos hace tiempo. En la carrera hacia el precipicio, sabemos que caeremos, lo que no podemos calcular con precisión es el tiempo que transcurrirá hasta que la fuerza de la gravedad haga su trabajo, pero sabemos que acabaremos estrellados contra el suelo. Parece que no queda mucho.
ALCOA sigue con su idea de cerrar la planta de Avilés. Arcelor anuncia la regulación de un tercio de su plantilla, que no augura nada bueno para el futuro de la acería asturiana. El coste energético está entre los más caros de Europa y por ende de todo el mundo, mientras se cierran térmicas, nucleares, se prohíbe el autoconsumo o la extracción de gas. Los pescadores denuncian el privilegio político de pescadores vascos, con 3 veces más cuota de sarda que los asturianos, injusticia reconocida por la antigua dirección de pesca, que de tanto estudiar el asunto ha dejado al borde del colapso al sector pesquero asturiano. Tenemos la conexión por carretera más cara del norte de España con Madrid. La salida en tren más lenta. La ausencia de vuelos. Podría seguir escribiendo los “éxitos” del gobierno socialista de Fernández, eternamente apoyado en la Izquierda Unida del cuestionado Llamazares, pero acabaríamos todos con tratamiento farmacológico por crisis de ansiedad.
Mientras Fernández, piensa ya sólo en su jubilación, cual director de orquesta en pleno hundimiento del Titanic, Llamazares está más preocupado por su futuro político que por Asturias. Obsesionados, este último y Adrián Barbón, con cordones sanitarios a VOX, mas que por los problemas de los Asturianos, estos les recordarán la lección democrática Andaluza que liquida 36 años de gobierno socialista. Más si cabe, cuando allí se castigó a Pedro Sanchez en la figura de Susana Díaz, poco sospechosa de complicidad con el Presidente del Gobierno, mientras que en Asturias tenemos al mismísimo hijo del Sanchismo, personificado en Adrián Barbón.
Los asturianos están hartos de promesas, mentiras y chiringuitos. Nuestra comunidad, es la única que no ha duplicado su PIB desde la llegada de la democracia. Una región que pierde población, mientras otras la ganan. La más envejecida de España y con la menor tasa de natalidad del país. Los asturianos están hartos de museos y centros de interpretación que ni siquiera llegan a abrirse después de gastarse en ellos millones de euros. Están hartos de que se les tache de potenciales asesinos o violadores, mientras que a los verdaderos asesinos y violadores se les valora por la izquierda como potenciales buenas personas, oponiéndose a la cadena perpetua. Los asturianos están hartos de recibir instrucciones desde la ciudad sobre como gestionar el medio rural. Están hartos de ecologistas que valoran más la vida de cualquier animal salvaje que el bienestar de una familia de ganaderos. Están hartos del medio ambientalismo extremo, o recientemente descarbonización express, que antepone protocolos internacionales, mas aplicables a la rica Alemania, que a nuestra abandonada región, de la que huyen los jóvenes. Y están hartos de ser los campeones pagando impuestos, pues pocos ciudadanos españoles pagan tantos impuestos como hacemos aquí.
Si aplicamos el sentido común, y pensamos en gobernar nuestra región, como la mayoría gobernamos nuestras casas, todo sería distinto. En nuestras casas queremos seguridad y dejamos entrar a quien queremos, no dejamos la puerta abierta o dejamos pasar a quien nos diga un desconocido. En nuestras casas gastamos poco y bien. En nuestras casas educamos y tratamos igual a nuestros hijos e hijas, sin necesidad de lecciones magistrales de quienes ni si quiera han sido padres o madres. Queremos y respetamos a nuestra pareja, a la que no consideramos un enemigo de género, como pretende hoy gran parte de la izquierda. Ayudamos primero a los nuestros, a nuestra familia, padres, hermanos y amigos, para luego ser solidarios con los desconocidos, pero sólo después de atender a los nuestros, y no por ello nos consideramos peores personas.
Gobernando lo público, como gobernamos nuestras casas, las cosas nos irían mucho mejor a todos.
Artículo publicado originalmente en El Comercio.
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